viernes, 26 de diciembre de 2008

Las indulgencias del tiempo

Lo maravilloso del tiempo es que no alberga predilecciones. El tiempo transcurre igual para mí o para cualquier otro. Es un canalla que desfigura nuestros momentos de felicidad. Instantes fidedignos y reconfortantes reducidos a imágenes difusas, que como ya he dicho en ocasiones anteriores son magnificados por nuestra imaginación. El tiempo lo puede todo. Deteriorar lo que alguna vez consideramos sagrado e invulnerable, eliminar el agobio que permanece después de aceptar que has cometido un error y para mi fortuna, fortalecer los vínculos que alguna vez pensaste eran imposible establecer. El tiempo franquea la dura coraza de hipocresía y conveniencia que cubre nuestras relaciones y nos permite vislumbrar con claridad la naturaleza de las personas.

Con el tiempo he logrado destilar estas relaciones formando dos clasificaciones enfrentadas. La primera son las personas que realmente representan un potencial en mi vida, que alimentan mi futuro con sus acciones y que sortean los tropiezos que provoca el tiempo y los convierten en oportunidades. La segunda no merece ni ser mencionada, pero para mi decepción, más conocidos se encuentran dentro de esta clasificación, en la cual jamás estará María.

Recuerdo perfectamente nuestro período de colegio. Era una época de transiciones, de cambios. La adolescencia golpeaba con fuerza la puerta de entrada de nuestra existencia, alertando y desafiando con antelación la encantadora monotonía de los videojuegos y el futbol. En este periodo tan ambiguo llegó María, o Mariita como me gustaba llamarle en ese tiempo. Me gustó, me gusto mucho. Pero el hombre más básico había apresado su atención. Un abusador. El enemigo acérrimo de los chicos aplicados y responsables, en otras palabras, mi enemigo.

Convertirme en su amigo y acercarme a su corazón, fue la primera idea que cruzó mi inmadura, ridículamente romántica y esperanzada imaginación. Sin pensarlo, verdaderamente disfruté de su compañía como amiga. Nuestra relación tácitamente adquiría un valor más característico de una amistad real. No era una chica como las demás, era especial.

Tal vez fueron demasiadas las veces donde desprecie su compañía por el cariño de otras, sin embargo siempre permaneció ahí, apacible y tolerante. Plato de segunda mesa, solía definirse a sí misma en ese entonces. Pese a esto, solo podía pensar en ella y en sus palabras llenas de razón cuando me ocurría alguna nimiedad amorosa que para un adolescente puede llegar a ser una tragedia.

Después de tantos años, aun sobrelleva esa faceta infantil de mi personalidad. Ese aspecto que me gustaría aislar y que en mis más oscuros deseos se sofoca con los vapores que emana la sobriedad de mí pensar, eso merece mi aclamación. Recientemente obtuvo su titulación de profesional y ha demostrado con hechos lo capaz y hábil que es. La única forma de exponer supremacía es hacerlo con actos consecuentes a nuestras palabras y ella lo ha hecho siguiendo cabalmente su discurso. Estoy seguro que le espera una vida profesional muy exitosa y yo tendré una perspectiva privilegiada de su crecimiento profesional porque soy su amigo.
Muchas felicidades!